Isolina Saldaña es jubilada y trabaja como voluntaria de la Reserva Natural Florofaunística el Rincón, de San Luis, desde principios de los ochentas, cuando sólo había un pequeño sendero lleno de basura que se propuso erradicar. Todos los días brinda charlas a turistas y estudiantes porque les quiere dejar un mensaje: “Los animales tienen que estar libres, como las personas”
En septiembre cumplirá 84 años y se siente feliz de estar activa y de saber que es una verdadera referente e influencia para las generaciones más jóvenes que crecieron escuchándola y también para turistas, estudiantes y para quienes trabajan a su lado desde hace décadas.
Además, es la protagonista de uno de los grandes atractivos del lugar: cada mediodía coloca un recipiente sobre un poste con un trozo de comida y pega el grito: “¡Piojoooooo!”. Segundos después, sobre todo si no hay mucha gente cerca, un águila mora (que puede vivir hasta 40 años) baja para comer lo que le deja.
La historia
Nació hace 83 años en Villa de Merlo. Es hija de un minero y creció aprendiendo que, aunque las personas acudan a la naturaleza en busca de recursos, siempre es prioridad cuidarla. Con esa mentalidad, Isolina inició su carrera con amor a la naturaleza y enormes deseos de preservarla.
“A principios de la década de 1980, lo que hoy es la reserva era un basural. Había un pequeño sendero, pero la contaminación ya era tremenda”, cuenta sobre el inicio de este espacio al que, como una adelantada en su época, pidió comenzar a limpiar para preservarlo. Continúa: “Había mucha mugre y mucho tráfico de fauna. Entonces, armamos cursos para concientizar por qué no está bien la caza. Nosotros usamos como única arma la palabra. Por suerte, ahora en San Luis cazar está prohibido por ley, pero sigue siendo un trabajo de todos los días”.
Además de ponerse en los hombros esa ardua tarea, comenzó a reclamar contra la caza furtiva, culpable de la desaparición y actual peligro de extinción de varias especies. “Aún hay zorritos, pero pocos. El cóndor está en peligro, ya no se ven maras por ejemplo. Y esto también pasa con las plantas medicinales porque las personas las arrancaron por años y de raíz. Entonces, así todo se fue muriendo”, cuenta apenada.
Ya en esos primeros tiempos, se prohibió en ese espacio el loteo porque el agua estaba contaminada. “Acá se usa el agua natural, que baja del deshielo, por eso pido que cuidemos los recursos porque es responsabilidad nuestra. Podemos usarlo, sí, pero no destruirlo ni contaminarlo… Yo no sé mucho, pero en 2018 hubo una gran nevada, la mayor en años, y ahora a veces no nieva… ¿Me van a decir que no hay cambio climático? ¿Sabés la cantidad de pañales descartables que sacamos de los arroyos cuando limpiamos? ¡Kilos! ¿Sabe la gente que tarda hasta 500 años en descomponerse?”, interroga la mujer que en los años anteriores se manifestó abiertamente contra la minería a cielo abierto. “Está destruyendo todo”, enfatiza.
Recordando el oficio de su padre, hoy le duele cómo la nueva minería “está destruyendo las sierras para extraer cosas”. “Si usas del recurso lo que necesitas, está bien; pero hacer voladuras con 9 toneladas de explosivos, 10 de arsénico, cianuro, y otros agregados para separar, fíjate que son 18 toneladas de piedra para sacar 4 gramos para un anillo de oro… ¡es una locura! Y después esa grieta, ese pozo que queda en la montaña van a pasar millones de años hasta que se vuelva a normalizar el ambiente. Tenemos que aprender a respetar la naturaleza, parece callada pero en muchas formas te está diciendo: ¡Frená!”.
Esa idea la pasó a la acción y encaró una lucha convencida en contra de la megaminería a cielo abierto, lo que le valió problemas en la provincia de San Juan. “Contaminan todo. Yo soy hija de chacarero y minero, y mi papá no hacía eso. Puede haber tecnología, pero no de esa forma. Yo le preguntaba a mi papá por qué era tan chica la dinamita y decía que si era más grande se tapaba la boca de la vertiente, por la que bajaba agua al pueblo”, recuerda.
El mensaje
“Lo primero que les pido a los más chicos es que no usen las hondas y les explico que los animales tienen que estar libres. El año pasado tuvimos la visita de más de 700 colegios. Les damos la charla y no se les cobra nada. Si alguien quiere dejar algo de plata es a voluntad. Hay una latita en el lugar donde los recibimos, que es como una garita. No la puse yo sino una monja que me retó porque dice que no puede ser que venga tanta gente y que yo no tenga un presupuesto. Esta Reserva es de la provincia, yo estoy acá porque el destino me puso acá y porque soy de acá y quiero dejar un mensaje para concientizar sobre el cuidado de la vida y la importancia de que seamos conscientes de lo que hacemos en la naturaleza”, subraya.
También asegura: “Hay que trabajar en la ciudad en la que estás viviendo, cuidar el recurso natural y sustentable, que es el turismo; hay que hablarles a los turistas porque lo más hermoso es llegar con tu mensaje y que la gente lo entienda”. Y asegura que disfruta mucho el intercambio con los más chicos, en quienes pone todas las esperanzas. “Ellos son los futuros responsables del planeta”.
Madre de tres hijos y abuela de siete nietos, durante los primeros años en la reserva trabajó a la par en un restaurante que puso su marido, pero lo dejó para dedicarse a tiempo completo en el cuidado y preservación de los animales. En la reserva reciben la visita de turistas y escuelas, momento en que aprovecha para sacar su lado docente, sueño que nunca pudo cumplir. “Quise ser deportista y también maestra”, admite.
La situación de los animales
En la reserva, que en un momento tuvo a 40 voluntarios y ahora son 17, rescataron algunas especies animales: zorro, puma, gato montés, y liebres. “Como te decía, Piojo es un águila mora, especie que vive 40 años. En la charla cuento eso, hablo de los cóndores y explico sobre la necesidad de recuperar la especie, igual que al puma, al gato montés, que había antes y los fueron matando y amenazando. Ahora faltan muchas especies como la mara, el zorro, la liebre y la vizcacha”.
Respecto a los pumas dice que muchos fueron secuestrados para mascotismo: “Los metían en jaulas y les ataban las patas. Los rescatamos en mal estado y debimos envolverlos en frazadas porque temblaban.
Debido a la caza furtiva y a la tala indiscriminada de flora nativa, muchas especies desaparecieron. “Las topadoras arrasaron con todo. Por eso, cuando doy mi mensaje siempre digo que no hace falta tener animales en jaulas. Tienen que ser libres, como nosotros. Les pedimos a los chicos que no usen las hondas, los rifles de aire comprimidos, eso lo erradicamos”, finaliza e invita a que la visiten.
Fuente Infobae